El diablo se llama Pemex (nos han dicho).
Todavía no empezaba el año
reciente y la atmósfera “colérica” ya arropaba al mismo como calificativo de
este inicio. El anuncio de la liberalización de la gasolina en nuestro país con
un desmedido aumento como abanderado desató la indignación de una apabullante mayoría de los mexicanos.
Opiniones oportunistas, reivindicaciones increíbles por parte de políticos y
hasta quienes defienden lo indefendible han generado un entorno de absoluta
opacidad, misma que ha originado una ráfaga de consignas sin un flujo ni
objetivo en común, sin embargo, en esta vorágine si tuviera que destacar
personalmente un blanco al que le llueven a raudales las condenas es a Pemex,
por más kamikaze que pareciese esta postura de manera preocupante parece cobrar
forma en la consciencia colectiva del mexicano, estamos jugando un papel que no
nos corresponde, sin percatarnos nos estamos sumando como artífices de un
atraco hacia lo que es o debe ser nuestro.
Así pues, la maquinaria
hegemónica a través de sus “mercaderes del discurso” vuelven a las andadas para
recriminar y recalcar la obsolescencia funcional de la paraestatal, las
carencias en cuanto a la renovación de infraestructura, las pésimas
administraciones, el cacicazgo, son solo algunas de las falencias con las que
bombardean a los hogares mexicanos, hasta que se interioriza por parte de
estos. Pero ¿qué se busca con esto?, dicen que la experiencia se hace válida
como tal en el momento en que la memoria reproduce episodios de similar
magnitud del pasado para no repetirlos, una ruptura tiene lugar. Siendo así, y
sin irnos tan atrás en el tiempo, tenemos el ejemplo del sector eléctrico, el de
los ferrocarriles, Fertimex, Teléfonos de México, y el colmo del cinismo con
IMEVISIÓN (hoy Tv Azteca) donde aparecen los antes mencionados mercaderes
pseudointelectuales para dar pie al objetivo final, la legitimidad del pueblo respecto al mal funcionamiento de las propias
paraestatales, convirtiéndonos a los propios mexicanos como los verdugos de
nuestro patrimonio, para así dar paso a procesos de privatización que son maquillados
bajo la libre competencia, nos apropiamos
y hacemos públicos así intereses particulares con los cuales avalamos de
manera inconsciente la enajenación de los bienes de la nación, y los verdaderos
estragos radican en la pérdida de posibilidades por realmente hacer del
petróleo un bien del pueblo, y claro, los perjudicados son la clase trabajadora
que se desempeña directamente en el sector y a través de él, y que además resiente
los efectos indirectos por el efecto dominó que se hace presente en el alza a
los precios de productos y servicios consumo cotidiano.
Se peca de simplista al decir que
el gasolinazo corresponde a una sola medida del aparato político, como si la
serie de reformas y modificaciones aplicadas en los últimos años no estuvieran
interrelacionadas. No obstante, para efectos de este texto, la reforma energética
ocupa una posición fundamental, con la apertura hacia particulares para la
explotación de los recursos energéticos, y el uso de su infraestructura por si
no fuera suficiente (que ya se venía fraguando desde el sexenio de Calderón,
por cierto) toma forma de manera concreta dicha transición del proyecto energético
dentro de los márgenes del liberalismo actual para seguir manteniéndonos en los
linderos de la arquitectura económica global, entregando el potencial
energético, para ello se procedió a echar mano de la estrategia paulatina que ha
funcionado a procesos similares anteriores, para ellos no hay mejor
privatización que aquella que tiene lugar con el consentimiento y el aval del discurso
popular, y sucede así porque la formación de la opinión pública tiene como
agente a los diversos medios de comunicación que en este país son también todos
de propiedad de particulares involucrados en esta dinámica parafernalia, al
menos todos los que tienen cobertura gratuita a nivel nacional, de esta manera
el proceso tiene lugar dentro de los límites permisibles de descontento, sin
correr el riesgo de que dicho descontento propicie un tambaleo de dichas
medidas, lejos de ello podemos atestiguar cómo entre las diversas medidas Pemex
ocupa una posición central como falso culpable de las demandas, un suicidio.
En todo caso, conscientes de las
múltiples carencias de la empresa estatal, ¿no sería un mejor esfuerzo
(planteando la situación en el terreno del pueblo) exigir un proyecto de
saneamiento (incluyendo a los miserables que la han administrado) y actualización
de la paraestatal petrolera?, y hacer de ella una organización que con reales
funciones sociales. Habrá que luchar y dejar de practicar las verdades que se
proponen en los aparatos ideológicos que en nuestro país funcionan de manera
impecable para sus promotores y no se cansan de decir que “el diablo se llama
Pemex”. Entonces, el papel que nos corresponde consiste en no convertirnos como
está sucediendo en los ejecutores de la enajenación de los recursos y bienes de
los mexicanos, no consumemos la muerte de PEMEX, no nos manchemos las manos, no
seamos su verdugo.
PORQUE EL PETRÓLEO ES DE LOS MEXICANOS NO DE
CHEVRON!
Para revisar.
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