De la admisión una elección

Antes que el resto de palabras, me gustaría felicitar e incitar a los recién ingresados a la Universidad de Guadalajara a ejercer su papel de manera comprometida.
Se vislumbra un nuevo ciclo dentro de la universidad de Guadalajara y otras tantas universidades dentro del territorio mexicano, miles de aspirantes, familiares y amigos esperaban la mañana del pasado lunes esperando la noticia de que las aulas universitarias aguardaban un lugar para ellos. Pero, los números siempre han sido fríos, “sólo 15 mil 528 aspirantes, de 34 mil 314, fueron admitidos, es decir el 45.25%”, lo sorprendente es que como ente social pareciese que hemos perdido la capacidad de sorpresa e inclusive entrado en una zona de confort, donde a los admitidos se les considera como afortunados y objetivo de consejos que suplican cosas como no desaprovechar tal oportunidad.

Por otra parte, qué sería de aquellas “empresas universitarias” que acogen a quienes no lograron ingresar a las instituciones del estado (aún con la autonomía de la cual gozan), y además vaya a saber quién esté detrás de las innumerables escuelas que cobran utilidad a partir de los no admitidos en las ya mencionadas en bastas ocasiones universidades públicas. Lo cierto es que al igual que como producto de las diversas y evidentes problemáticas que aquejan a la sociedad mexicana, una gran fracción de los aspirantes que sucumben en el intento (al igual que un gran porcentaje de los admitidos) provienen de familias que satisfacen sus necesidades con el esfuerzo y retribución que obtienen día con día, así es como los padres o en ocasiones el propio estudiante flexibiliza parte del presupuesto que anteriormente se destinaba en pan para sus hijos, ahora en una colegiatura, en este sentido y sin el menor afán de generalizar, estos conjuntos de estudiantes tienen una responsabilidad social en la posteridad dentro de esta lucha en conjunto con un estado ético que proporcione oportunidades educativas de la misma clase hacia la totalidad de sus conciudadanos, es decir, el decidir ser mano de obra productiva, ingeniero o humanista debería ser una elección y no una decisión obligada por las circunstancias y la falta de un estado sólido con inversiones en gastos sociales, por que son eso, una inversión, o cómo diría Gramsci: “que lo manual o técnico signifique una elección y no una imposición sistémica a las clases más desprotegidas”.

Así mismo, los estudiantes que acuden a instituciones particulares o “escuelas emergentes” deberán hacer valer sus derecho por homologar la calidad (si se me permite el término) si no de las expectativas, por lo menos sí en lo referente a las plantillas docentes y programas pedagógicos, en relación con la Universidad de Guadalajara (para nuestro caso).

En esta actualidad con  sus permanentes contradicciones y quizás me saldré un poco del eje rector del tema, sin embargo me parece apropiado hablar de ello, y es que en nuestro entorno también tiene lugar la situación que se presenta en torno a las universidades privadas de renombre (en referencia a aquellas instituciones que requieren gastos de forma opulenta), dado que en medio de las condiciones actuales, legalmente es permisible la existencia de estos centros que se jactan de desenvolverse entre mejores condiciones, produciendo un efecto inverso en el cual como miembros de una institución pública debemos ocupar el papel de exigir condiciones homologas entre instituciones, y que la  decisión de desenvolvernos en una institución pública o privada sea una elección definida a partir  de aspectos ajenos a la diferencias entre la calidad que nos puedan llegar a brindar las instituciones universitarias.


Finalmente, y volviendo un poco a las deficiencias de la falta de oferta académica de grado universitario hacia la totalidad de aspirantes, me parece que el estado se encuentra ante una oportunidad histórica de satisfacer tal necesidad, aunque parece lejano tal tiempo y tal acto, para ello es necesario un aparato de estado responsable y comprometido, un estado que emerja de las entrañas del ciudadano comprometido y se refleje en él una correlación entre estado y ciudadanos con miras a objetivos plenamente reconocidos de manera común, hace falta encontrar el rumbo. 

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