Cuando las tribunas le rezongaron a Fukuyama

Hace unos meses escuchaba decir a un amigo que el fútbol y la política no se deben mezclar bajo ninguna circunstancia, esto como parte de una discusión en la cual otro grupo de aficionados al juego del hombre discutían sobre la convergencia de estos dos ámbitos.


Bueno, ahora que pareciese que el discurso que impera no solo en el fútbol, sino en otras disciplinas, la música, el medio del espectáculo, en el cual se diluyen las pasiones políticas hasta llegar a ver quienes presumen de sostener una postura apolítica (según sus neuronas) es en el mismísimo territorio del balompie que está resurgiendo el traslado de las ideologías hacia fútbol profesional, concretamente en las gradas.

Es cierto que a lo largo de las dos décadas anteriores en las tribunas de los estadios persistió y se acrecentó la tendencia a la par de lo que sucedía con los clubes, es decir, la implementación de técnicas de mercado cada vez más sofisticadas, inflación de transferencias de jugadores entre clubes, inflación de los salarios del jugador, proliferación de las marcas en los espacios de las indumentarias, todo esto con el apoyo de los aficionados que soportaban y se abrazaban al placer con dichas medidas que han propiciado la pérdida de la capacidad de sorpresa en la actualidad en lo que se ha llegado a denominar como fútbol moderno. Los salarios, traspasos, contratos publicitarios eran temas que se abordaban como éxitos propios en la hora del café.
Los noventas y la década anterior parecían sustentar la tesis de Fukuyama también en las tribunas de los estadios, las aficiones aprobaban sin necesidad de consenso la inercia del fútbol conducido por un mercado desbordado.

Sin embargo el presente parece estar marcado por una vuelta de tuerca en el vector ideológico, la agudización de la desigualdad ha cruzado fronteras para llevarlas a este deporte y así los aficionados de instituciones en crisis se han movilizado al ver como las circunstancias económicas ahogan campaña tras campaña en mayor medida a clubes que no gozan de grandes presupuestos tienden a una vulnerabilidad que pone su vida deportiva y económica en terapia intensiva . Sí, un sector de aficionados al interior de algunas aficiones a través de una serie de cuestionamientos del existencialismo futbolero al sentirse fatigados por la frivolidad de las nuevas formas en que se lleva este juego a nivel profesional han erigido una campaña contra lo que denominan como “fútbol moderno”, reacios a sentirse parte un elemento más de las estadísticas, del que compra el pase anual, la playera de la reciente temporada y cuanto souvenir se le ofrezca, por el contrario resisten y quieren ser voz, quieren volverse visibles, quieren volver a ser el jugador número doce, quieren volver a las bases y apreciar esos gestos atractivos en los botines de un jugador atrevido cada vez más amancillado por la disciplina táctica, o como lo decía Menotti, quieren volver a ver un fútbol de izquierda, “un fútbol generoso, abierto, comprometido con la gente, el orgullo de la
representatividad, el orgullo de la pertenencia... todo eso que pregono me suena más a la izquierda que a la derecha”, un fútbol que vuelva a las bases y se aleje de la especulación, deportiva y financiera.
Congreso de hinchadas antifascistas,
celebrado en Hamburgo, Alemania,
en mayo del 2016.






Sumado a lo anterior, que eran deseos bañados de nostalgia, y como parte de los propios tiempos en que la brecha económica parece estar tocando los talones de manera desfasada, el ingrediente político está tocando a la puerta de estos que añoran algún ingrediente perdido del fútbol que ven en la asociación de la identidad de un club y de su clase la forma de gritarle a Fukuyama, ey tío! Acá estamos, la historia no ha terminado, y ciertamente, la historia no ha terminado, estamos presenciando tiempos en que los propios nostálgicos han generado una metamorfosis para convertirlo en rabia que bañada de esperanza y alegría por volver a presenciar la gloria. Influenciados por grupos de seguidores que resistieron los embates del mercado y la barbarie social como los seguidores del St. Pauli, el rayo de Vallecas, la grada roja del Livorno, los biris del Sevilla, por mencionar algunos, están nutriendo las tribunas en otras partes del planeta y bajo la bandera del ANTIFASCISMO y la apertura de espacios para diversos movimientos sociales (a favor de los refugiados, contra el racismo, contra la homofobia, etc); continúan construyendo la historia explotando la capacidad de manifestación social dentro de un entorno popular que hay que tomar como propio, como un lugar que puede ser potencializado para difundir las necesidades públicas mediante organización popular, en uno de los pocos sitios en donde el contacto humano continúa vivo.
Es cierto, que estos movimientos se encuentran en un proceso de crecimiento, que se enfrenta a oposiciones tanto ideológicas y las reacias a la politización del juego, que se continúe escribiendo la historia aunque quede mucho por andar.


Así, el antifascismo abandera y llena el hueco que alguna vez existió en la relación entre afición y las organizaciones que se han apropiado de los equipos, el antifascismo llegó no solo para cuestionar las formas estéticas del juego, la falta de descaro o escasez de gambeta, ahora también existe un creciente sector que pugna por conquistar demandas de interés público, tratando de trascender más allá del escenario deportivo, porque el fútbol jamás ha existido como elemento ajeno a la vida pública, lo han enajenado. Así mismo, de manera mutua las tribunas le aportan a los movimientos sociales un escenario idóneo para que estas aniden de forma multitudinaria. 


Mi amigo, mencionado al inicio de este texto se regocijaba bañándose en soberbia dentro de su error, los asuntos públicos cobran vida en la cocina, en la escuela, en las avenidas, en todo escenario de la comedia humana, a veces con más coraje que con alegría, en las tribunas el coraje se tiñe de algarabía. 

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