A los héroes se les recuerda sin llanto.


El aparato marcaba puntos, rayas, de nuevo puntos, otra vez rayas, y él (el telegrafista), de los signos ya conocidos, formó la primera letra y la escribió en el papel: era la “L”. Tras ella, escribió la segunda: la “E”. A su lado agregó coloso una “N”, marcando dos veces la rayita entre los palos. A continuación, unió a ella la “I” y, de una manera ya automática anotó la última letra “N”.
El aparato marcó pausa y, durante una décima de segundo, el telegrafista detuvo su mirada en la palabra que acababa de escribir: “LENIN”.

El aparato continuaba tecleando, pero el pensamiento, que había tropezado casualmente con este nombre conocido, volvió de nuevo a concentrarse en él. El telegrafista miró una vez más la última palabra, “LENIN”, ¿Qué?... ¿Lenin? El cristalino del ojo reflejó en perspectiva todo el texto del telegrama. Durante unos instantes el telegrafista miró la hoja de papel, y, por primera vez en treinta y dos años de trabajo, no creyó en lo que había escrito.

Por tres veces,  recorrió rápido las líneas, pero las palabras se repetían insistentes: “Falleció Vladimir Ilich Lenin”. El viejo se puso en pie de un salto, levantó la serpentina de papel blanco y clavó en ella sus ojos. ¡Dos metros de cinta confirmaban lo que él no podía creer! Volvió el rostro, lívido como el de un cadáver, hacia sus amaradas, y estos oyeron su asustada exclamación:
-          Lenin ha muerto.

Lo anterior, es la forma en que Nikolai Ostrovski relata la muerte de Lenin (relato en el cual de manera explícita hace una demostración de su profunda admiración por dicho líder) a través de su entrañable novela “así se templó el acero”. Incrédulo, es el estado en cual me mantenía semanas atrás cuando con gran similitud con la narración anterior, una amiga, de esas de ideas sólidas, que conoce de mi admiración por uno de los hombres que entregó sus esfuerzos por la liberación de los suyos,  trajo a mis ojos un mensaje que cayó en mí como un completo tambo de agua fría, la muerte de un hombre común, un animal de galaxia. Dicen que acontecimientos históricos tienen lugar dos veces, lo que Ostrovski nos mostró mediante un telégrafo esta vez sucedió en millones de personas que recibimos la noticia, ahora con medios propios de nuestro tiempo pero con una carga emocional no menos profunda, capaz de desafiar a todo aquél que presuma de mostrarse insensible ante una pérdida de tal magnitud. A propósito, y una vez que traje a colación a los canales de comunicación actuales, aunque tal vez me desvíe del contexto, aprovecho para establecer la siguiente pregunta; más allá del desarrollo de los medios (en este caso de comunicación) y la frivolidad de contenidos a la que en gran parte nos orillan debido a su accesibilidad, ¿Continúan cuestiones meramente humanas como las emociones o la voluntad siendo elementos primordiales en las relaciones sociales? ¿O existe una relación de reciprocidad entre el incontenible desarrollo de los mismos medios con la latente manifestación de lo efímero en nuestras relaciones?

Volviendo, lo hermoso nos cuesta la vida, pero por fortuna nacimos humanos, no dioses, no gigantes, humanos, y en el propio terreno de la vida se nos entregan oportunidades para continuar con la estafeta de lo que otros fundaron, en gran parte depende de nosotros seguir otorgándole vigencia a la obra de aquellos que incomprendidos por quienes no logran trascender los límites que circunscriben a la realidad contenida dentro del pensamiento paradigmático, con horizonte humanista prolongaron la dialéctica realidad – utopía, pensar – soñar. Hay quienes dieron la vida por mostrarnos que soñar con utopías puede aprovecharse de los resquicios que aunque escasos, se abren dentro de la presente dominación del pensamiento hegemónico, Fidel nos enseñó que es necesario dejar de practicar las verdades.
Por ello, a lo héroes no hay que recordarlos con llanto, sino continuando con su legado, sin dejar de lado la debida postura crítica, para seguir construyendo la historia y no ser parte de la inercia de esta.

Cierro con una cita de la misma novela con la cual me identifiqué plenamente ante la reciente pérdida, en ella tienen cabida todos aquellos que emplean parte de sus esfuerzos por conseguir un escenario con condiciones que dignifiquen la vida. “Lo más preciado que posee el hombre es la vida. Se le otorga una sola vez, y hay que vivirla de forma que no se sienta un dolor torturante por los años pasados en vano, para que no queme la vergüenza por el ayer vil y mezquino, y para que al morir se pueda exclamar; ¡toda la vida y todas las fuerzas han sido entregadas a lo más hermoso del mundo, a la lucha por la liberación de la humanidad! Y hay que apresurarse a vivir. Pues una enfermedad estúpida o cualquier casualidad trágica pueden cortar el hilo de la existencia.”



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