Porque somos tan sensibles al ardor.

Una de las cualidades que envuelven al género humano es indiscutiblemente es la susceptibilidad con la cual reacciona en sus relaciones con sus congéneres en momentos en que los infortunios se hacen presentes.

Ayer Paco y  Arturo (un par de amigos)fueron protagonistas de un fuego cruzado de municiones verbales, sí, toda vez que se llevó a cabo la final del apertura 2016 del fútbol mexicano, y Paco de manera burlona hizo énfasis en el reciente naufragio del equipo de Arturo, su religión. En momentos como este, es común atestiguar y padecer esta cultura que tenemos tan arraigada de burlarnos (y no simplemente reírnos) ante la desgracia atentando como menoscabo de la paciencia y entereza  de hasta el más ecuánime. Arturo y Paco se batían en la arena tintos en sangre, uno bañado de júbilo y su oponente furibundo, lo que orillo a un final no muy feliz de la convivencia.  La exposición a las mofas, o a la “carrilla” como se suele decir acá, nos vuelve vulnerables a reaccionar de manera no tan elocuente, incluso llegando a formas violentas.

Lo que quiero resaltar en este espacio (facilitado por lo mediático del juego y tratando de facilitar el hacerme entender) consiste en el hábito mediante el cual nos manejamos, donde es el pan de todos los días hacer meya sobre lo conseguido, nos exaltamos ante el fracaso, contrario a elogiar el empleo en su máxima posibilidad de los elementos a disposición para la consecución de un objetivo, nos erotiza más reírnos de quien no consigue llegar a buen puerto que resaltar cómo alguien se muere en la raya y se esfuerza tinto en sangre por salir avante. Así, estas acciones suelen despertar la rabia de los sujetos en cuestión ocasionando actos que a causa de la cólera la experiencia cotidiana nos dice que en dicho estado nos exponemos a  estar inmersos en actos con consecuencias irreversibles.

La violencia reviste muchas formas, esta vez fue derivada de un juego de fútbol la reyerta, pero eso no tan importante, o fundamental (mejor dicho), igual puede suceder en la esfera familiar, académica, laboral, sentimental, o en ámbitos en los que lo irreversible de sus efectos ponen en riesgo cuestiones de suma importancia, incluso a la propia vida. Cuando dicha cultura de burla hacia el fracaso y una persona en estado de susceptibilidad se encuentran podemos adivinar con absoluta certeza que se producirá en episodio violento, de esta manera vemos como personas involucradas en episodios violentos no lo hacen por cuestiones meramente genéticas u otras ajenas a la interacción social como sostienen diversas teorías conservadoras.


Cierto es que la burla cotidiana mediante la cual nos conducimos o atestiguamos en momentos complicados nos hacen concebirlos con excesiva ligereza, obstaculizando así el percatarnos de cómo aún en espacios tan elementales y que se suponen existen para mejorar la convivencia, pueden terminar derivando efectos negativos, y con ello una fragmentación en nuestras relaciones y en el terreno de lo cotidiano, no hace falta decir más de lo que pueda resultar cuando se trate de asuntos de suma importancia. Desde cuestiones tan básicas y así en un plano ascendente acorde a la importancia de los hechos demostramos cómo nos erotiza más reírnos del otro que solidarizarnos y ayudar a comprender nuestras andaduras de manera analítica y reflexiva.

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