¿Momento de excepción en la sociedad del cansancio?


  
 “A pesar del manifiesto miedo a la pandemia gripal, actualmente no vivimos en la época viral”.
Byung-Chul Han (2010)



Prometeo cansado, 2005, Mateo Santamarta.
Dice Byung-Chul Han, en la sociedad del cansancio, que toda época posee sus enfermedades emblemáticas, de esta manera, sostiene, los albores del siglo XXI han sustituido el paradigma inmunológico por el neuronal, como el área donde se presentan los principales padecimientos de la sanidad en la actualidad.

En nuestros días padecimientos como la depresión, el trastorno de déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad, entre otros padecimientos de índole neuronal, se han erigido como los padecimientos patológicos por antonomasia de nuestra época.



A colación de lo anterior, el advenimiento de la pandemia provocada por el COVID-19 nos podría situar en un escenario en el cual problematicemos los argumentos del filósofo coreano, ¿será que este virus le devuelve a la esfera inmunológica la estafeta patológica? ¿se trata de un momento excepcional en el cual tras su paso le devuelva al malestar neuronal el lugar de los padecimientos icónicos de nuestra época?

Si bien el COVID-19 en términos de las consecuencias que trae consigo, en tanto como pandemia, en lo que respecta al ámbito inmunológico se refleja en hechos desoladores como el número de población que ha contraído el virus y las vidas perdidas a causa de él, también ha traído consigo un panorama social inundado de zozobra, a tal grado de ser secundado por una serie de conductas sociales como el aislamiento por causas de paranoia, compras de insumos básicos en grandes volúmenes derivado del pánico adoptado por un gran sector de la población y en un amplio sector del planeta, por mencionar algunas de estas conductas.

De esta manera, si bien con la expansión de la pandemia tenemos que reaparece el paradigma inmunológico al que refiere Chul Han, también es cierto que, tal vez no en los mismos términos de lo que él denomina como un exceso de positividad, cuestión que habría que reflexionar con mayor calma más adelante, pero es indudable que a los estragos en las vidas de las personas en términos fisiológicos, se suman una serie de estragos que nos alertan no solo sobre la vigencia sino acerca de la proliferación de malestares de índole mental a raíz de la pandemia.

Ejemplo de esto último se advierten como consecuencias el pánico simultáneo al desarrollo de la epidemia respecto a lo que se podría percibir como un contagio latente, el drástico cambio en la dinámica social a la cual tenemos que recurrir, desembocando en un aislamiento momentáneo respecto a la convivencia social cotidiana, y finalmente, la incertidumbre en torno al futuro inmediato de la situación económica derivado de las acciones para contrarrestar la epidemia. 
Podríamos agregar otros tantos ejemplos, pero estos considero, son las principales causas del malestar psíquico que reivindica al paradigma neuronal como tal, aún en tiempos en que vivimos amenazados por la proliferación del virus. Esto último es importante para poner énfasis acerca de lo que implica el establecimiento de un paradigma, pues tal establecimiento no implica la desaparición de otro tipo de malestares, en este caso el inmunológico a través de su faceta viral, ni que estos sean estadísticamente irrelevantes, sin embargo, aquél que se ha establecido como paradigmático lo hace porque se ha convertido tanto en el representativo como en el dominante en términos estadísticos, abonado al valor simbólico y su presencia en el día a día de la población a lo largo y ancho de la esfera planetaria.

Se descarta la idea del momento de excepción, el terreno neuronal continúa al frente, al periodo epidémico le corresponden de manera exponencial situaciones que desencadenan malestares mentales y neuronales de mayor envergadura, o eso es lo que el pesimismo de la realidad actual y el futuro inmediato nos hacen pronosticar.


Si bien decimos que se sostiene el área neuronal como paradigmática en los males de nuestro tiempo, también es cierto que las causas, a diferencia de lo que diagnosticó Chul Han, se deben ahora a un receso de la positividad manifiesta en los sujetos, por ende, una pérdida cuando menos temporal de la subjetividad a la que refiere “la sociedad del cansancio”, como parte de las subjetividades del periodo neoliberal por antonomasia.

El confinamiento recomendado como medida elemental para evitar contagiarse del coronavirus ha trastocado la dinámica social icónica que nos habla la sociedad del cansancio, aquella dinámica en la que el espíritu de nuestro tiempo se caracteriza por la constante búsqueda de mantenerse activos prioritariamente en términos físicos y productivos como oposición a otras actividades, digamos de índole reflexiva, recreativas o de ocio.

La interrupción de tal dinámica a raíz de la pandemia ha suscitado que dentro del espectro de los nacientes malestares psicológicos, el estar quieto pase a ser considerado como motivo de queja, y es que no estamos acostumbrados dentro de nuestra subjetividad a desarrollarnos como sujetos reflexivos, a la filigrana que implica el saber observar, a saber mirar pues.

Pareciera que en estos días parte de nuestro malestar mental se deba a un extrañamiento, al haber sido despojados de lo que es ser parte de la sociedad del cansancio. Nos percibimos enajenados, paradójicamente, de una de las formas de enajenación características de nuestros días.

No obstante al shock que implicaría modificar de manera forzosa la dinámica habitual en la que nos desenvolvemos, una probable asimilación podría traer consigo la oportunidad de cuestionar no solo a tal dinámica en la que se enmarca nuestra cotidianidad, sino al cuestionamiento también del por qué en un periodo, digamos de normalidad, nos desenvolvemos de tal forma, así pues, un posible abandono de ella, lejos de limitarse a una cuestión de orden subjetivo, está abrazada a la estructura objetiva que condiciona nuestro accionar a costa de subsistir material, social y culturalmente. Por ello pienso que si bien no es una tarea fácil descifrar la manera en que está tejida nuestra subjetividad, como parte de un período histórico concreto, se vuelve necesario tal ejercicio deconstructivo de acuerdo a nuestras posibilidades individuales y colectivas.

De lo contrario, considero que corremos el riesgo de encontrarnos dentro de una fase de acumulación de impulsos, los cuales en la mínima oportunidad, -es decir, una vez que se permita romper el confinamiento–  busquen manifestarse de manera exponencial, tratando de cobrar factura de lo retroactivo, el riesgo pues, de experimentar esa necesidad existencial de la sociedad del cansancio hasta sus últimas consecuencias.

Lo anterior nos trae a la conclusión de que lejos de encontrarnos en un período de excepción de vivir dentro de la denominada sociedad del cansancio, reitero, el COVID-19 -más allá de que se trate de un padecimiento viral, como mencionamos- podría significar un latente catalizador para consolidar a los padecimientos mentales más que nunca como icónicos del presente. 



Nota:

Todo parece indicar que las estadísticas en torno a aquella parte de la población que encarnara algún malestar mental a raíz de las múltiples aristas que está desencadenando el COVID-19, serán abrumadoramente mayores respecto a quienes al final de todo esto lleguen a padecer el virus en términos inmunológicos, esto es una llamada de atención para atender el déficit en la materia y reivindicar la necesidad y la demanda sobre el acceso a los servicios de salud mental como un derecho fundamental, gratuito y universal.

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